Por Lolo Morales
“No hay nadie peor que el avaro consigo
mismo, y ese es el justo pago de su maldad.”
(Libro Eclesiástico Capitulo 14)
Los diccionarios universales de la lengua española concluyen definiendo dos de
los defectos o pecados del alma humana que más daño han hecho a la humanidad.
Wilkipedia define la Avaricia como “…una inclinación o deseo desordenado de
placeres o de posesiones”. También define la Codicia como “…el afán desmedido de
riquezas, sin necesidad de querer atesorarlas.
La Real Academia Española define la avaricia en pocas palabras pero de mucho
peso, como "Afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”. El
Diccionario Cuyás, un poco más sucinto, lo define como "un apego desordenado a
las riquezas". De las varias palabras griegas para la avaricia, dos son
especialmente reveladores. La más común, "pleonexia", se deriva, según Ceslas
Spicq (tomo III, p.117), de "pleon" ("más") y el verbo "ejw" ("tener"). Por eso
Louw y Nida, en su léxico griego, lo definen como "un fuerte deseo de adquirir
más y más posesiones materiales, o de poseer más cosas que las que otros
tienen... " (Louw-Nida I:291-2). La avaricia es un deseo insaciable y enfermizo;
cuánto más posee, más desee. Otro término para la avaricia es "filarguros", que
significa "amor al dinero"; podríamos decir que son "dinerófilos", "enamorados
esquizofrénicos del dinero" (Lc 16:14; 1Tm 6:10; 2Tm 3:2). Esta dinerofilia,
según 1Tm 6:10, es "la raíz de toda clase de maldad".
En el ámbito de la religión especialmente en la judeocristiana que es donde nos
desenvolvemos como comunidad, tanto la avaricia como la codicia, son
consideradas como pecados capitales, y como tal, en cualquier sociedad y época,
han sido demostradas un vicio, un vicio de lo más rastrero, repugnante, son más
bien, manías, es un tipo de psicosis progresiva y de fatales consecuencias. En
efecto, al tratarse de un deseo insidioso por querer tener más y más a cualquier
costo, tanto que sobrepasa los límites de lo ordinario y de lo lícito, se
califica con este sustantivo actitudes peyorativas en lo referente a las
riquezas. La codicia y la avaricia son términos que describen muchos otros
ejemplos de pecados, por ejemplo: la envidia. Estos incluyen deslealtad,
traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso
de dejarse sobornar.
Cuando se cruza la delgada línea entre lo que significa para un ser humano
“cubrir las necesidades” para obtener con voraz apetito lo que no se necesita
solo por el mismo hecho o deseo insidioso de “tener cada día más a cualquier
costo” aparece la codicia. Existe codicia por el dinero cuando el avariciento
y/o codicioso movido por sus impulsos psicóticos (la codicia es una enfermedad
psicosomática) con propósitos enfermizos, y no para cubrir correctamente
nuestras necesidades físicas, pasan por encima de todo aquél que se le pone
enfrente, sean los hijos, una hermano, un amigo íntimo, un padre o una madre.
Muchos quieren dinero para ganar prestigio social, fama, altas posiciones, o
simplemente para llenar la “necesidad” de tener y acumular por “cualquier cosa
que les depare en el futuro” y el lema de estos es algo así como éste…“si puedo
obtenerlo, lo obtengo, y si no puedo obtenerlo, de cualquier manera, sin
importar cual fuese, lo tengo que obtener”. No existe codicia ni avaricia cuando
se consigue dinero con el único propósito de cubrir nuestras necesidades físicas
más básicas, como un techo digno, alimento, vestido, locomoción, educación. Por
eso es que es urgentemente necesario descubrir hasta dónde termina la necesidad
y dónde es que comienza la codicia.
La avaricia es una pasión cuasi-erótica por el dinero y por las cosas -- muy
fácilmente conduce a la idolatría (Is. 2.7-8; Mt 6:24). La persona avara
consagra toda su vida al dinero y deposita toda su fe y esperanza en la riqueza.
Cree que posee sus bienes, pero pronto es poseído por ellos. A menudo la
avaricia termina distanciándolo de su familia, del prójimo y de Dios mismo, por
qué ahora está sirviendo a otro dios. "Dios sabe muy bien", escribió Orígenes,
"qué es lo que uno ama con todo su corazón y alma y fuerza; eso para él es su
dios. Que cada uno de nosotros se examine ahora, y silenciosamente en su propio
corazón decida cuál es la llama de amor que principalmente y sobre todo está
encendida dentro de su ser"
Para un codicioso la avaricia es la summum bonum de todos los valores en la
vida, el dinero es su dios. La búsqueda y la acumulación de objetos, tierras,
casas, la estafa, el robo y el asalto, con violencia o sin ella, los engaños o
la manipulación de los que están en mayordomía o en autoridad sobre los más
débiles, son todas acciones que son inspirados por la avaricia. Tales actos
pueden incluir la simonía que es la compra o venta de lo espiritual por medio de
bienes materiales.
La simonía incluye también cargos eclesiásticos, sacramentos, reliquias,
promesas de oración, la gracia, la jurisdicción eclesiástica, la excomunión,
etc. En el ámbito de las sociedades judeocristianas se considera simonía la
compra de dignidades que solo el poder divino puede otorgarlas como por ejemplo;
la compra de un cardenalato o de un papado, o de un título ministerial
importante dentro de cualquier comunidad religiosa. La simonía incluye la compra
con dinero efectivo o especies de un laico o un religioso adinerado y corrupto,
de títulos magisteriales y valores altamente espirituales como lo es la
salvación del alma, o la rebaja de penas en un purgatorio inexistente a cambio
de dinero entre otras corruptelas verificadas a los largo de la historia de la
humanidad. También los dones sagrados que solamente el poder divino del Dios
Todopoderoso puede otorgar sin necesidad de merecerlos a quien a El más le pluge.
Todos estos y muchos activos espirituales más, engrosan la lista de los grandes
valores y virtudes que, como mugrosas letras de cambio son intercambiadas en el
mercado de la truhanería moral de los cadáveres que aún caminan en un mundo
corrupto, maldito, caído, sin Dios y sin justicia.
Jamás un avaricioso ni un codicioso podrán dormir en paz - nunca, - ni en ésta
ni en la otra, y su descendencia hasta la cuarta generación recibirá la paga de
una maldición que les perseguirá y acosará sin tregua ni descanso.
El alma embotellada dentro de la botella de la codicia es incapaz de comprender
las cosas que están fuera de la botella. Los codiciosos quieren embotellar a
Dios y por eso andan errantes buscando quien los ame sin lograrlo, son como
parias, viven con miedo que sus más cercanos les roben lo que ellos han robado a
otros, siempre andan buscando más, siempre anhelando lo inalcanzable,
inútilmente, porque a Dios nadie lo puede embotellar.
Quien quiera vivir en paz con Dios y los demás seres vivientes deben abandonar
primero la codicia. El albañil que es codicioso abandona la obra cuando halla en
su camino otra obra aun cuando ésta última sea de una obra de tinieblas
realmente. De la gran obra de Dios, que se traduce en el amor a Él y a sus
semejantes, se retiran los codiciosos. Muchos son los que comienzan el trabajo,
pocos los que lo terminan.
Lo que más sorprende en la lista de pecados más aborrecidos por Dios en las
sagradas escrituras es la frecuente inclusión de la avaricia, en los mismos
términos que la de la borrachera y los pecados sexuales. Son como hermanos
inseparables. Si esos pecados escandalosos excluyen del reino de Dios a los
malvados, entonces también la avaricia, en términos idénticos, hecha fuera del
reino de Dios a los avaricientos y codiciosos. De hecho en la lista de pecados
capitales en los escritos paulinos, la avaricia aparece más frecuentemente que
la borrachera. Y es más, en dos de las listas San Pablo agrega una frase
sumamente grave, cuando escribe "la avaricia, la cual es idolatría" (Ef 5:5; Col
3:5), el más condenable de todos los pecados. ¿Puede algún cristiano o cristiana
negar que la avaricia sea un pecado tan aborrecible ante los ojos de Dios?
Managua, 19 de Septiembre de 2011
Lolo Morales
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